ALBERGO SERRADA

VADEMÉCUM

Criterios sobre aspectos varios de la vida

ALBERGO SERRADA

El 1 de Agosto de 1944, en la habitación n.7  del “Albergo Serrada” mi madre, Rina Sannicoló, me trajo al mundo. En aquellos tiempos, el alumbramiento se vivía en el seno de familia. Era cosa de las mujeres que, con la ayuda de una matrona, asistían a las parturientas. Nada de ginecólogos, de epidural o de quirófanos, sólo paños, palanganas, agua caliente y la destreza de la comadrona.  La incertidumbre era elevada, los varones debían esperar noticias fuera de la estancia, con preocupación y esperanza.

El Abergo estaba construido sobre una parcela colindante con la calle principal del pueblo, que desembocaba en la plaza del mismo. A la derecha los campos de cultivo, a la izquierda la huerta propiedad del albergo,  todo en ligero “pendio” hasta alcanzar unas verdes praderas

Fue creciendo poco a poco gracias al espíritu emprendedor del matrimonio, que aplicaba la costumbre muy arraigada de que de las ganancias (ahorros), se sacaba lo justo para la vida diaria y el resto se invertía en la educación de los hijos y en los negocios. Diversiones las justitas.

La parte estructural del edificio, en sus primeros años, se realizó con los clásicos muros de carga de piedra labrada y argamasa. Más tarde, en el área donde estaba el matadero y la lavandería, los materiales cambiaron lo que permitió que el salón comedor tuviese amplios ventanales que permitían espaciar la vista al “Gruppo del Brenta” y al monte Finonchio.

Quizás, para aprovechar la luminosidad del amplio local, se plantó una hiedra en el centro que fue creciendo hasta resultar el elemento decorativo dominante. La planta en cuestión era objeto de atenciones constantes, limpiando sistemáticamente sus innumerables hojas y tratando la tierra de su macetón con abono de cenizas de leña que, bien tratadas, servían de abono orgánico.

Al mismo tiempo que el edificio crecía en tamaño, mejoraban sus condiciones de habitabilidad para satisfacer las exigencias de los clientes. En aquella época, para calentar las estancias se utilizaban estufas de leña o carbón que debían alimentarse habitación por habitación, lo que requería de una importante organización logística, ya que había que abastecer tanto las zonas privadas como las comunes. El agua corriente y la calefacción central por gasóleo llegaron después de mi nacimiento.

Las  constantes mejoras que el matrimonio Sannicoló Danieli realizaba dotaba al edificio de espacios de actividad a sus seis hijos.

Mis recuerdos de la infancia  son difusos.

Lo más vívidos:

Mis territorios preferidos eran la planta inferior y el desván bajo la cubierta. En la primera planta estaba la recepción, un despacho donde la nonna recibía a los clientes, un bar y varios salones de usos múltiples en los que, durante los festivos invernales se servían comidas a los esquiadores organizadas en dos turnos, pues el buen comer atraía a más de uno.

En la superior dominaba la estructura de madera que sustentaba las tejas. Estaba construida para soportar la carga que la nieve ejercía durante el invierno, ya que el frío impedía su fusión y se iba acumulando compacta, nevada tras nevada. A veces se hacía necesario palear el manto nevoso para evitar el derrumbe de la techumbre. Servía para almacenar enseres y, durante las temporadas de máxima actividad, también como dormitorio para el personal de servicio que no vivía en Serrada.

Allí, entre las fuertes vigas, los techos bajos e inclinados, los ruidos estructurales de la madera, me refugiaba con mis fantasías juveniles, que eran abundantes. Normalmente estaba solo, escuchando y mirando las montañas del Brenta a través de los lucernarios.

La planta inferior era un semi sótano donde se ubicaban la casi totalidad de los servicios: lavandería, cantina, despensa y, hasta la muerte del nonno Beppi en 1948, un pequeño matadero pues él comerciaba con animales y también los despiezaba para el consumo en el Albergo, o para la venta a las carnicería de la meseta.

Durante los periodos de alta ocupación, aquí se respiraba el espíritu de trabajo, desde primera hora de la mañana hasta bien entrada la noche. En la cocina imperaba el orden, la limpieza y las órdenes se emitían casi en silencio. Cada cual conocía su cometido. Se preparaban los platos tradicionales del Trentino, con productos autóctonos. Las verduras procedían en buena parte de la propia huerta que colindaba con el edificio. La calidad de la comida era uno de los reclamos para los visitantes que venían del valle o de la “Pianura Padana”, para disfrutar de los sabores de la tradición culinaria. Estos resultaban distintos, bien por el empleo de alimentos diferentes, o por su elaboración. Quizás la mayor diferencia fuera que la harina de trigo empleada en el sur para el pan, en el Trentino y en el arco alpino era sustituida por la de maíz, con la cual se elaboraba casi a diario la polenta. En los años 40 y 50 comíamos polenta al medio día con estofados de carne de vacuno, para la cena con leche en un plato hondo, y lo que sobraba, en el desayuno calentada en la plancha de la cocina de leña acompañada de mermelada o queso elaborado artesanalmente. Esta última es la que más me gustaba por ser “abbrustolita”, es decir con una ligera crosta dura casi quemada. Obviamente no era todo polenta. Las verduras, las manzanas, las carnes frescas, los embutidos y los ahumados como el “Speck” también eran habituales. Canederli, ghocchi di semolino, strangolapreti smorun, patate lesse con insalata riccia… tartas, y lo más aplaudido y solicitado: lo strudel della zia Amelia  famoso por su delicada preparación.

La despensa era un cuarto de techo bajo al que se accedía cruzando la cocina, o a través de una entrada directa al exterior. En él se almacenaban las patatas, que eran un alimento muy consumido en el Trentino. Su cultivo estaba cuidado por la labores de los campos, la rotación de los cultivos y el uso de abonos orgánicos.

La poca disponibilidad de medios de trasportes, las duras condiciones invernales en la montaña, los usos y costumbres, obligaban a elaborar platos a base de productos locales, la dieta mediterránea estaba instalada más al sur.

En la cantina había una máquina para producir agua de seltz. La nonna Beppina, más de una vez, me confió la tarea de añadir aire al agua del sifón. Me gustaba este sencillo encargo, y también ayudar a los huéspedes de menor edad en el manejo de sus equís. Me hacía sentir útil. La Nonna dominaba la organización con su presencia, con su hábito negro por el luto, distinguida y elegante.

Mi madre tampoco pasaba desapercibida. Gestionaba al personal dando ejemplo. La primera en levantarse y afrontar las tareas. Más que respetada era querida

El incipiente turismo y las estaciones marcaban la vida en el Albergo. Veranos e inviernos con alta actividad. Primaveras y otoños de descanso.

Cuando mi padre alquiló un apartamento en Viale Bligny 58, Milano, los Pozzi dejamos el Albergo como residencia habitual y, sin embargo, volvíamos sistemáticamente en vacaciones, en festivos y muchos fines de semana. Mi madre regresaba para colaborar activamente en su gestión en los periodos de máxima actividad.

La gestión era cosa de la familia. Además de los hijos, con la nonna Beppina colaboraban otras personas.

La tía Italia, hermana de la nonna que, bien plantada en su puesto de trabajo, se ocupaba de los cobros y los pago siendo esta tarea lo poco que recuerdo de ella.

La tía Ginetta, esposa del tío Diego, el más joven de los hermanos Sannicoló, con su estilo y criterio diferentes. Inolvidable la vez que me tuvo más de dos horas frente a un plato de comida que aborrecía. Me pude levantar de la mesa familiar sólo cuando lo terminé.

El albergo me trae el recuerdo especial de la tía Amelia, ella no era una Sannicoló. Sin embargo, su dedicación a la familia y su labor en la cocina, la convertían en una de ellos. A  mis hermanos y a mí, nos tenía un gran afecto que demostraba en todas las ocasiones que surgían. Siempre nos tenía presente en sus oraciones diarias. Hasta un agnóstico sabe apreciar esos rezos. Sentirse y saberse recordado es tranquilizador: no estás solo. La tía Amelia era una persona excepcionalmente buena, con una fe sin fisuras y… muy aficionada al fútbol. Vivió más de 100 años, acompañada por sus sobrinos nietos en los últimos años de su vida.

Para una mejor comprensión he preparado un croquis a mano alzada (deformación profesional) en el que aparecen reflejadas las ubicaciones de algún elemento funcional, como el monta cargas que trasportaba los alimentos desde la cocina a los comedores, y la mesa reservada a la familia y donde nos regíamos por reglas tacitas que todos cumplíamos. Se comía lo “que pasaba el convento”, no había restos en los platos, la buena educación imperaba. 

Los huéspedes del albergo tenían a la vista una muestra de los platos del día: La nonna Beppina aplicaba la visualización de los procesos de las técnicas LEAN hace varias décadas. Increíble

En el trascurso de los años los hijos fueron emprendiendo nuevos caminos sin perder de vista la casa madre. El Albergo.

Rina  y Achille en Milán, El tío Remo en Milán, la tia Mariotta con el tío Checco en Folgaria, el tío Diego con su bar y su tienda de ropa para la montaña…

Por las fotos actuales que aparecen en la red, su aspecto exterior ha cambiado completamente, de su interior no sé, ni quiero saber, seguramente habrá sido sometido a un gran proceso de adecuación a los estándares de alojamiento del siglo XXI

SÍNTESIS

El edificio y sus moradores juntos en la empresa familiar.

  • La gestión de la misma con la técnicas de la excelencia: tradición e innovación
  • Mejora constante
  • Visualización de los procesos
  • Liderazgo y trabajo en equipo