MIS PADRES

Mis Padres

Todos somos fruto de las experiencias, las enseñanzas, del tiempo que nos toca vivir y, sobre todo, de la educación que nos trasmiten nuestros padres. Por este motivo no puedo comenzar a relatar mis vivencias sin hacer notar como mis padres, con su ejemplo, han marcado mi carácter y mi manera de adaptarme y enfrentar la vida.

Achille, mi padre, nació en Milán en 1913. Fue un hombre dotado de muchas habilidades, tenía una en especial que destacaba y era la clarividencia. No es que fuese un profeta, simplemente gracias a su capacidad de análisis podía prever los acontecimientos que estaban por venir. Los hechos le fueron dando la razón. Le gustaba la naturaleza y en su juventud viajaba con su hermano Sandro a Serrada, Trento, donde se podían practicar deportes de invierno. En aquel tiempo Serrada era una pequeña aldea de la meseta de Folgaria, principalmente estaba formada por edificios dispersos que tomaban el nombre de las familias propietarias (Bioncheri, Filzi, Foreri, Plota, Rensi, Roneri, Rueli, Schirni, Slozzeri). Estos se llaman en italiano maso” y son granjas que, por lo general, constaban de la vivienda y de estancias dedicadas a la agricultura y ganadería. Se rodeada de prados de siega o pastoreo y de huertos, que eran los componentes indispensables del complejo agrícola, los productos que se cosechaban eran la base de la alimentación. En Serrada vivía mi madre, Rina, era la cuarta de seis hermanos y ayudaba a su madre, que enviudó en 1946, (la nonna Giuseppina) en el “Albergo” de la familia. Allí se conocieron.

Las primeras décadas del siglo XX fueron convulsas. El desarrollo industrial trajo revoluciones, luchas sociales y nuevas ideologías que transformarían Europa. La motivación por encontrar un futuro mejor llevó a mi padre, con sólo 23 años, a trabajar como gestor en una explotación lanar en la antigua Abisinia, África. La distancia les forzó a casarse por poderes y, el estallido de la segunda guerra mundial, le mantuvo lejos a lo largo de la contienda.

Durante la postguerra italiana mis padres estaban, como el país, en la ruina. Ya habíamos nacido mi hermano Giorgio y yo. Escaseaban los bienes básicos como el pan y los alimentos. Las viviendas, infraestructuras e industrias habían sido destruidas bajo los bombardeos, y lo más terrible, cientos de miles de personas habían muerto durante la contienda. La organización del país y de la sociedad estaba sumida en el caos, en estas condiciones se hizo imprescindible el esfuerzo de todos para la reconstrucción. Por lo que mi padre tenía que trasladarse cada semana a Milán, donde trabajaba, mientras mi madre permanecía en Serrada colaborando con su madre. Así transcurrió la vida hasta la década de los 50, cuando toda la familia nos instalamos en Milán. A partir de entonces, cada verano regresaba para continuar con su labor en el “albergo”. Ella era una persona sumamente organizada, y así lo demostraba en sus dos actividades:

  • Como ama de casa en Milán
  • Como gestora del personal en Serrada, donde los empleados la apreciaban y respetaban

Era tremendamente detallista en ambas facetas. Recuerdo cómo disponía el ajuar en los armarios, era un placer abrirlos para ver las sábanas de lino bordado colocadas en estantes perfectamente clasificadas, planchadas y protegidas del polvo por una pieza almidonada. Con el paso de los años, ya lejos de la casa de mis padres, me gustaba seguir abriéndolos para disfrutar de su orden y del olor a lavanda con el que los perfumaba.

Para ella era importante que la armonía fuese visible, la estética por lo tanto resultaba fundamental. Durante las comidas de Navidad, mi padre, como “buon milanese” compraba los alimentos en Peck, un establecimiento gourmet emblemático de Milán que aún existe. Ella los cocinaba, preparaba y presentaba en una mesa vestida con una de sus mantelerías de lino, con su mejor vajilla y cristalería, de tal modo de que, como siempre decía, la comida entrase por los ojos.

Por la experiencia de lo vivido en su juventud y durante la guerra mi padre solía decir que, el hombre está dotado de cerebro, por lo tanto tiene que formar su propio criterio, para ello, es necesario que el individuo conozca el contenido de los ideales de los representantes de su nación y, a su vez, promocione la alternancia en el poder para evitar la corrupción. Conocer la historia de los pueblos es fundamental para entenderlos, la contada por el vencedor suele ser distinta de la narrada por el perdedor, por lo que es fundamental buscar opiniones contrastadas sobre los conflictos. Como decía: hay que leer y escuchar dos versiones distintas del mismo acontecimiento.

Su espíritu analítico le hizo plantear que Gaia, la Tierra, ha ido poniendo sus bienes a disposición de todos los seres vivos. El ser humano, como otros animales, se alimentaba de los frutos de la naturaleza, de la carroña y más tarde de la caza. Su mente racional, de observación y de adaptación le llevó a aprovechar también las energías naturales como el fuego, que transformó por completo su desarrollo. Su uso posibilitó su supervivencia en esos tiempos tan hostiles, no sólo proporcionaba calor, luz, o alejaba a los depredadores, también mejoró sus armas de caza al poder afilar las puntas de las lanzas con mucha facilidad, combar la madera con la que fabricar canoas o arcos, trabajar metales y la cerámica. Pero el mayor progreso provino de la cocción de los alimentos, no sólo sabían mejor, además se digerían más fácilmente y se lograba una digestión más rápida y eficiente. Las proteínas y los nutrientes que se obtenían influyeron sobre el sistema nervioso modificándolo. El dominio de esta energía produjo la transformación del cerebro humano alteró su estructura y creció de tamaño. A lo largo de los milenios el hombre ha ido explotando los diferentes recursos energéticos que la Tierra ofrece: viento, agua, carbón, electricidad, petróleo… Según mi padre, en los tiempos modernos esta producción generó el aumento de la riqueza, y dicho aumento debía ser distribuido a través de los impuestos que, siendo equilibrados, justos y bien gestionados, son la base para su reparto equitativo y promueven la prestación de servicios a toda la sociedad, esto es, favorece la armonía entre los hombres y por tanto de la democracia.