




Nací en Serrada di Folgaria (Trento), Italia, el 1 de agosto de 1944. Los primeros años de mi vida transcurrieron en de los Alpes junto a mis hermanos Giorgio, Giampaolo y Maria Teresa, viendo como mi padre, cada domingo por la tarde, conducía su Topolino hasta Milán donde residía entre semana por motivos laborales. A principios de los años 50 esta situación cambió, pues toda la familia nos trasladamos a Milán donde transcurrió mi juventud entre clases en escuelas públicas, dos cursos en un par de internados y el servicio militar, en el que presté servicio durante 15 meses. Este tiempo de milicia fue una época de sacrificio, esfuerzo y disciplina, aunque también disfruté con algunas actividades interesantes, como los campamentos de invierno y verano en escuela de tiro y guardia al Quirinale. Gracias a mi padre, en la época estival realizaba prácticas en distintas compañías ejecutando diferentes actividades: en un estudio de arquitectura, en un taller de FIAT, en obras de construcción. Todas estas experiencias, incluida la vivida en el ejército, fueron enriquecedora y me formaron en valores.
Mis inquietudes personales me llevaron a renunciar a mis estudios universitarios en la facultad de Agricultura para incorporarme en una pequeña empresa de construcción como asistente de obra, mientras trabajaba en ella me ofrecieron una ocupación en el sector de la producción del horno eléctrico del grupo Riva y acepté. Así que, a principios de 1970 comencé a realizar prácticas sobre el conocimiento de la chatarra férrica en Italia y Francia. El día que cumplí los 26 años, el 1 de agosto de ese año, emigré a Canadá.

A los tres meses, por orden de la empresa, dejé atrás mi aventura canadiense y el 8 de diciembre aterricé en Sevilla sin imaginar que esta ciudad, que me recibía en una terminal rudimentaria donde recogías tu equipaje en un banco a la intemperie, se convertiría en mi nueva casa. Siete días más tarde comencé a trabajar en la empresa en la que desempeñé mi carrera profesional hasta junio de 2015.

En enero de 1971, tras pasar unas Navidades solitarias, en un país desconocido y lejos de mi familia, la vida me tenía preparada un nuevo y transcendental giro. Durante un almuerzo preparado por la que luego sería mi cuñada, conocí a vuestra abuela. Aún recuerdo lo que sentí al verla, incluso lo que vestía y cómo iba peinada y maquillada. Supongo que en ese momento supe que aquí me quedaría.
Este periodo de tiempo, desde enero de 1970 hasta julio de 2016, ha sido la base para la redacción de este cuadernillo.
He querido exponer la metodología técnica que he ido utilizando, la evolución de la gestión, la adaptación a esos cambios y lo que el desarrollo de la tecnología ha transformado el proceso de trabajo. He incluido algunas vivencias, por la importancia que tuvieron en ese cambio de metodología. Muchas otras se han quedado en el tintero, quizás sean objeto de futuras conversaciones con vosotros.
Lo que sí quiero narraros es una experiencia relacionada con mi salud para evidenciar, primero, como decía el sr. Zensai: La salud es el bien más importante, y segundo, destacar el progreso científico y tecnológico. A principios de los 90 me diagnosticaron estenosis píloro-duodenal por úlceras pépticas, aquello me llevó a someterme a una intervención de alto riesgo y con secuelas posteriores para mi calidad de vida. Ese tipo de cirugía son cosas del pasado. En la actualidad con fármacos, con tratamientos para tratar la infección por helicobacter pylori, o con implantes de un stern por vía laparoscópica, se evitan intervenciones tan complejas, invasivas y traumáticas como la que yo padecí. Este es un claro ejemplo del progreso tangible y de gran alcance.
En esta etapa de mi vida como jubilado, y echando la vista atrás, me doy cuenta de que desde mi juventud, he sentido interés por la organización, gracias a la educación que recibí de mis padres basada en responsabilidad, esfuerzo, sacrificio sin lamentos, ahorro, y con entusiasmo.