Dejando al margen los actos reflejos, las personas exteriorizamos nuestra voluntad a través de las conductas, hábitos o comportamientos que son el fruto de la personalidad de cada uno. Los actos voluntarios del ser humano parten del convencimiento previo sobre su idoneidad, conveniencia y/o necesidad, aunque es evidente que cuanto más profundo sea el convencimiento, mayor será la coherencia mostrada entre los planteamientos teóricos y la efectividad de las conductas.
Esta convicción es el resultado de la aplicación de la lógica y de la razón. La persuasión a través de la imposición, o mediante la disciplina operativa, se produce en los supuestos en los que el receptor del mensaje, o indicación, no está suficientemente capacitado para la comprensión de los argumentos. En estos casos, el emisor obliga al receptor a cumplir con la conducta necesaria, independientemente de que ésta pueda ser comprendida.
En cualquier caso, existen tres indicadores fundamentales de que existe convencimiento efectivo sobre alguna cuestión:
Es imprescindible que todos los miembros de la Organización tengan la seguridad y certeza de que la aplicación del método, y los instrumentos en él contenidos, son imprescindible para lograr sus objetivos.