LOS NOMBRES DE SEVILLA

Criterios sobre aspectos varios de la vida

lOS NOMBRES DE SEVILLA

Son variadas las teorías que se han barajado para explicar el significado del término aunque, al parecer, tiene bastante que ver con el entorno donde se fundó la ciudad. Sería un santo sevillano, San Isidoro, el que daría las primeras pistas indicando que el mismo tendría su origen en el primer asentamiento. De esta forma “Spal”, la primitiva denominación, provendría de los poblados de palafitos. Siglos más tarde, durante las obras de construcción del cine Imperial, se descubrieron en el subsuelo muchos juncos y palos apilados, tal y como se supone que emplearon en la construcción de este tipo de chozas a orillas de aquella zona pantanosa y difícil sobre el antiguo Lago Ligustino.

“Spal”, o “Ispal” según diferentes investigadores, es el nombre que recibe la ciudad de Sevilla en la época prerromana, desde su fundación hasta que pasó a llamarse “Hispalis” por Roma, sobre el 206 a. C. Tras esta denominación, los godos se refirieron a Sevilla como “Spalis”, siendo posteriormente “Isbiliya” para los árabes. Esta última transformación lingüística se produjo como consecuencia de no existir el sonido “p” en lengua árabe, siendo sustituido por “b”. Finalmente, este término se castellanizó como “Sevilla”.

El origen etimológico contempla varias hipótesis, una de ellas proviene de la legendaria fundación de la ciudad por el héroe mitológico Hércules (Herakles), hijo de Zeus. Según esto, el semi dios instauró en el trono Tartesso a su hijo “Hispalo” tras derrotar al rey Gerion, de él tomarían nombre “Hispalis” e “Hispania”.

El término “Ispalis” se muestra en los textos griegos de Ptolomeo y Dión Casio, mientras que en otros, pertenecientes a los latinos Cayo Plinio Segundo, Pomponio Mela y Silio Itálico, se la cita “Hispal”.

“Spal” o “Ispal”, en la lengua semítica de los fenicios era “Y-sbael-ya”, es decir “la isla de S’bal”, donde “S’bal” tendría como significado “el que soporta o sujeta”. Esto lo que alude expresamente San Isidoro de Sevilla en sus “Etimologías”: “Hispalis autem a situ cognominata est, eo quod in solo palustri suffixis in profundo palis locata sit, ne lubrico atque instabili fundamente cederet”. De este modo describe que se llama “Hispalis” porque, fundada en terreno pantanoso, fue necesario edificar sus cabañas sobre estacas o palos. Por otra parte, en el s. XVI, Benito Arias Montano, sostenía que “Hispalis” efectivamente era la latinización de “Spal”, pero cuyo significado fenicio sería “llanura”, tesis muy extendida en la actualidad entre los investigadores. Hoy en día se sigue diciendo “Sevilla la llana”.          

En la etapa visigoda se acuñaron monedas durante los reinados de Leovigildo (568-586) y de su hijo, y sucesor, Recadero (586-601). En las del primero figura “Spalis”, mientras que en las del segundo aparece el término “Ispali”.

Para terminar, y como curiosidad, señalar que existió otro nombre muy poco conocido con el que se denominó a Sevilla. Durante la invasión musulmana era común bautizar con nombres orientales las plazas que se iban conquistando. Sobre el año 742, en una de las oleadas colonizadoras, el “chund de Emesa”, es decir, el ejercito proveniente de Emesa de origen sirio, se instaló en Sevilla y fueron estos los que la renombraron “Hims Al-Andalus” en recuerdo de la ciudad siria de Hims u Homs, situada entre Damasco y Ham. La clase dirigente intentó imponerlo usándolo en sus documentos oficiales y en sus textos literarios.  Pero los cristianos que se habían quedado bajo la dominación musulmana conservaban sus costumbres y la vieja cultura romana, más o menos adaptada a las nuevas circunstancias, por lo que seguían llamando a la ciudad por su nombre milenario, así que con el tiempo el uso de  Hims Al-Andalus hubo de abandonarse, predominando Hispalis, ya convertido en Isbiliya por los cristianos mozárabes. Con la llegada de los castellanos en 1248 se transformó en Sevilla.